
Hola. Pues la historia va de que convencí un poquito a mi "chófera" para que me desplazara hasta un vivero y para sorpresa mía accedió, por lo tanto allá me desplazó y yo, como siempre que entro en un vivero, me quedé embelesado con lo que allí se exhibía: coníferas ya de por sí enanas, cítricos enanos, también de los grandes... bueno, de todo y en cantidad, excepto de dinero. No sé como me areglo pero de esto siempre estoy muy escaso.
Después de deambular (los dueños me conocen) por un lado y por el otro, de aquí para allá. A mi gusto, solito. Y habida cuenta que había más de una razón poderosa para no llevarme todo el vivero, opté por comprarme una Wisteria floribunda (glicinia) "Alba", tiene un buen tronco y ramificación baja que puede darme muchas alegrías si acaba aclimatándose y no se muere después de las perrerías que le hice.
Para empezar, y para asombro del viverista, agarré la kiukiru y corté los zarcillos de esta trepadora
a la altura que en aquel momento me pareció equilibrada. El viverista no daba crédito a lo que veía, y antes de que se pusiera a hablar y aquietar su espíritu le pagué la planta y continué con mis tropelías. El hombre no pudo dejar escapar un "Para conseguir una planta como esa hicieron falta años..." Yo asentí y le contesté que a mí lo me importaba era la parte baja ya que no tengo muros ni pérgolas para trepadoras y que se me daba una higa, que más años tenía yo y que la inflación me estaba matando y nadie me hacía ni puto caso.
Me abastecí allí mismo de hormonas en polvo de las que sabía que ya no me quedaban y pasta selladora. También compré un Cornus elegantissima con una buena base y un Taxodiun distichum, éste no más grueso que bolígrafo.De vuelta al hogar, las plantas a su sitio: una pequeña parcelita de 18 m2 que está saturada. A los cuatro días me dió el "mono" de hacer tropelías y agarré a la Wisteria y quise ver que es lo que había bajo tierra. ¡Todo raíces! Tantas que algunas (gordas como remos) llegaron al fondo del contenedor y dieron la vuelta y llenaron todo el recipiente. Ante esto, y sin encomendarme ni a Dios ni al diablo, deshago el cepellón, corto las raíces gruesas, embadurno los cortes con polvo de hormonas y clavo la planta en una maceta de entrenamiento de terracota. Si le da la gana de tirar y
¡Dios les bendiga!